Un privilegio ser el más pequeño en el Reino de Dios. Las grandezas en esta tierra son poca cosa y pasajeras, como un abrir y cerrar de ojos en el largo transcurrir de los tiempos.

Lo dejó todo el Bautista. Prefirió el silencio y la soledad de los campeones del desierto. No quiso recibir lo que le corresponde por herencia: las vestiduras sagradas lujosas sacerdotales, el acceso único y esplendoroso al Templo y los privilegios correspondientes a su familia.

Sólo quiso ser una voz, la última de la Vieja Alianza. Bien sabía que después de él, vendría la Palabra de Vida, el Cordero que quita el pecado del mundo, el que bautiza en Espíritu Santo y Fuego.

De comidas simples, silvestres, con vestiduras austeras y de penitencia, de calzado recubierto de las arenas del largo camino.

Todo en el Espíritu Recio que movía Elías, el Profeta del fuego, la garra y la valentía.

Rogamos a su Santos Padres: Zacarías y a Santa Isabel, a su tía la Virgen María y a todos los Santos que envíen profetas de Palabra y Obras a semejanza del Bautista, en esta época de desierto para que los montes se allanen, los valles reverdezcan, que preparen el Camino del Señor y solo así, la salvación de Dios a los hombres llegará.