Por el P. Manuel Antonio García Salcedo. (2010).

Este es el cordero sin voz; el cordero inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado de vísperas y sepultado a la noche; que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que en el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro.

Misterio es la Cruz de la Pascua:

  • Fiesta de la noche, que da paso al amanecer de una nueva creación.
  • De las tinieblas a la mañana del primer día de la semana.
  • Celebración de la inmolación del nuevo Isaac.
  • El nuevo y definitivo éxodo, y cuando el mundo desaparezca, la manifestación final del más sagrado.

Los hombres somos por pura misericordia divina participes de la vida, la alegría, y la felicidad de la Trinidad Reinante:

Cognitio Trinitatis in unitate est finis et fructus totius vitae nostra.

Lo divino-humano de la pascua  

No más muerte, no más tristeza, y nunca más amargura. Jesucristo con su resurrección ha desencadenado la fuerza de liberación del Espíritu Santo que se manifiesta en los sacramentos de la fe.

El objetivo es  la promoción verdadera e integral del hombre nuevo, la ciudad solidaria y los continentes que construyen puentes entre sí, abren las puertas a todos y  perdonan pasadas ofensas por el mismo amor de Dios.

El Nuevo Testamento no separa nunca la exaltación de Jesucristo a la gloria de su voluntario transito por la vía dolorosa hasta el calvario de la cruz. Paradójicamente es programa de vida interior y remedio al subjetivismo alienante. Un camino compuesto de la experiencia de la cruz para trascenderse cada persona a sí misma.

Un acercamiento más humano a la Pascua nos lleva a abrazar la cruz de Jesucristo no como un imperativo desde fuera, una imposición divina deseosa de compensación ante su propio honor ofendido.

La manera de reconocer la divinidad del Hijo de Dios encarnado en el Seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo es confesar a viva voz que todo dolor humano es dolor de Dios, el cual no permanece estéril , encerrado en el egoísmo o asumiendo una pasión masoquista.

La vida pascual desde la tiene como medida no una religiosidad de ritualismos y legalismos, sino una intima relación con Dios que devela el secreto del corazón en el Espíritu y la verdad, lugar en que  la moral y la mística se dan la mano.

El creyente en Jesucristo da el paso adelante en búsqueda de lugares y tiempos de silencio, encuentro consigo mismo y reencuentro con el mismo Dios en la contemplación del Pan del Cielo: la Eucaristía que propicia en nuestras almas la Inhabitación del Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Meditemos esto con la lectura de  Jn. 14, 17-23; Rom. 5, 5; Galt. 4, 4-6.