Por el P. Manuel Antonio García Salcedo

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN.

  1. Que todos lleguen a la conversión (2 Pe 3,9)
  2. Conversión de lo individual a lo social

El encuentro con Jesucristo Salvador lleva al compromiso social, cambios que partiendo de los familiares, luego los más cercanos y desembocando en los más necesitados de la sociedad indican que el bautismo es el constante esfuerzo comunitario cristiano por establecer desde el evangelio de Jesucristo, el maestro de vida.

Cada bautizado tiene a su disposición la iluminación que irradia desde el Cirio Pascual.  A este cambio se le llama conversión, movimiento del alma humana que brota por la gracia de Dios en la fuente bautistmal. El Documento del CELAM en Aparecida la define como:

 Respuesta inicial de quien ha escuchado al Señor con admiración, cree en Él por la acción del Espíritu, se decide a ser su amigo e ir tras de Él, cambiando su forma de pensar y de vivir, aceptando la cruz de Cristo, consciente de que morir al pecado es alcanzar la vida. En el Bautismo y en el sacramento de la Reconciliación, se actualiza para nosotros la redención de Cristo.

La gracia de Dios solicita la cooperación libre de la voluntad humana de dialogar para hermanarse en la relacionalidad cuádruple:

  • Con el Dios Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo por su mediación preferencial que es la Iglesia.
  • Con uno mismo: La construcción de la autoestima mediante la formación humana y cristiana.
  • Con los demás: familiares, matrimonio, hijos, autoridades, etc.
  • Con la creación: preservación del medio ambiente, administración de los recursos naturales, empresas laborales y distribución de bienes.

La fe cristiana no debe quedarse en lo individual. Le antecede el proceso de trascender a lo social o universal llamado conversión:

El Señor nos dice: “No tengan miedo” (Mt 28, 5). Como a las mujeres en la mañana de la Resurrección, nos repite: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24, 5). Nos alientan los signos de la victoria de Cristo resucitado, mientras suplicamos la gracia de la conversión y mantenemos viva la esperanza que no defrauda. Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo…

Reconocemos que, en ocasiones, algunos católicos se han apartado del Evangelio, que requiere un estilo de vida más fiel a la verdad y a la caridad, más sencillo, austero y solidario, como también nos ha faltado valentía, persistencia y docilidad a la gracia para proseguir, fiel a la Iglesia de siempre, la renovación iniciada por el Concilio Vaticano II, impulsada por las anteriores Conferencias Generales, y para asegurar el rostro latinoamericano y caribeño de nuestra Iglesia. Nos reconocemos como comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios, congregada, reconciliada, unida y enviada por la fuerza de la Resurrección de su Hijo y la gracia de conversión del Espíritu Santo (DA 14).

El Espíritu Santo infinito, bajo el signo del agua de nuestro bautismo, inhabita el alma humana y actúa como el agente de la conversión. Un medio apto para desplegar dicha acción divina es la confrontación con los mandamientos de la ley de Dios. Una vez que estos se han examinado para evaluar los pensamientos, las palabras, las obras y las omisiones que confesamos en la oración penitencial del YO CONFIESO se ha de embarcar cada uno en la buena obra de Salvación que Jesucristo ha iniciado y retomado una y mil veces, pues es incondicional y nunca se retira el sello que imprime en cada uno de los hijos de Dios, el Padre en que cada uno por el sacramento primero recibido.

Hemos de recordar como análisis pivotal para la conversión tanto social como individual que en el juicio del final, cuando Jesucristo venga en Gloria dependerá su veredicto para cada uno de nosotros de aquella sentencia de San Juan de la Cruz: Al amanecer de nuestras vidas se nos juzgara por el amor, tal como expresan los obispos latinoamericanos y del Caribe con la siguiente pregunta:

¿Cuáles son los lugares, las personas, los dones que nos hablan de ti, nos ponen en comunión contigo y nos permiten ser discípulos y misioneros tuyos? (DA 138).

Las obras de misericordia como programa de vida espiritual y social en nuestra agenda y en nuestras comunidades dan consuelo a Jesucristo, presente en cada ser humano, en especial aquellos que están entre nosotros atravesando un clavario. Con el magisterio del Papa Francisco estas obras se han afianzado más aun como la certera medida de la conversión de todo bautizado y de todo ser humano de buena voluntad. Su confrontación es la medida de la conversión de toda sociedad, religiosidad, comunidad eclesial, familia y vida personal:

Siete corporales y siete espirituales obras de misericordia.

Obras de misericordia corporales:
1) Visitar a los enfermos
2) Dar de comer al hambriento
3) Dar de beber al sediento
4) Dar posada al peregrino
5) Vestir al desnudo
6) Visitar a los presos
7) Enterrar a los difuntos
Obras de misericordia espirituales:
1) Enseñar al que no sabe
2) Dar buen consejo al que lo necesita
3) Corregir al que se equivoca
4) Perdonar al que nos ofende
5) Consolar al triste
6) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
7) Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

El Papa Francisco ha sugerido agregar a la sociabilidad de estos paramentos humanos y cristianos de una decimo quinta obra de misericordia que es la preservación del medio ambiente para combatir los pecados de destrucción de la fauna, flora y recursos que se nos han dado para administrar el planeta.

PROCESO DE LA CONVERSION

Después de examinar nuestra vida con las obras de misericordia, y asumirlas en lo adelante como programa de vida, hemos de echar una mirada global y serena, sin apasionantes culpabilizaciones a Dios, a uno mismo, a los demás y al espacio temporal que nos ha tocado morar nos ayudará a la renovación de las promesas bautismales, compromiso que asumieron por nosotros padres y padrinos, y que en la confirmación nos ha toca asumir con mayor responsabilidad. Clamemos al Espíritu Santo para realizar la dinámica de los escrutinios propios de la Iniciación Cristiana de Adultos.

Estas preguntas fundamentales de dicho proceso nos hacen examinar la radiografía de nuestro actual proceso conversión que se ha de circunscribir a aquellas contenidas en el ritual de Bautismo, insertándolas en los lineamientos pastorales comunitarios que nos han dado los obispos latinoamericanos y del Caribe:

Hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes:

  1. La experiencia religiosa. En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de vida integral.
  • ¿Renuncias al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios, esto es, al pecado, como negación de Dios?

Tres aspectos a examinar: libertad, dignidad de hijos de Dios y las esclavitudes pecaminosas como negación de Dios.

  • ¿Renuncias al mal, como signo del Pecado en el mundo?

El mal personificado en su justa medida, las obras de Satanás y su predominio en la propia existencia y ambientes sin escapar de las decisiones y actividades en las que se participa por clara y libre voluntad.

  • ¿Renuncias al error, como ofuscación de la verdad?

La verdad como búsqueda y seguimiento de Jesucristo. Las faltas contra ella traicionan y trasgreden el sentido más profundo de la objetividad de la naturaleza humana, el cultivo del conocimiento racional y las leyes civiles.

  • ¿Renuncias a la violencia, como contraria a la caridad?

La caridad suprime los insultos y maltratos verbales, la miradas y gestos hirientes, las agresiones físicas, el recurso a las armas mortales y promueve el diálogo y el perdón ilimitado.

  1. b) La vivencia comunitaria. Nuestros fieles buscan comunidades cristianas, en donde sean acogidos fraternalmente y se sientan valorados, visibles y eclesialmente incluidos. Es necesario que nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsables en su desarrollo. Eso permitirá un mayor compromiso y entrega en y por la Iglesia.

– ¿Renuncias al egoísmo, como falta de testimonio de amor?

Salir de uno mismo para servir en la Iglesia y ser agente de cambio en una sociedad que gime por el Reino de Dios y su advenimiento. La Doctrina Social de la Iglesia (DSI) es un faro de luz a la hora de la construcción de la civilización del amor y su alimento que es el Pan del Cielo.

  • ¿Renuncias a tus envidias y odios?

Perdonar y pedir perdón será un escrutinio al que por sí mismo se le dedica un apartado para alcanzar la semejanza del Jesucristo perdonador. La venganza, los remordimientos, las viejas cuentas, los prejuicios, la soberbia y los temores a ser lastimados pueden ser superados y canalizados.

  • ¿Renuncias a tus perezas e indiferencias?

El sentido y entusiasmo de la vida se ha recuperar. El dinamismo de una existencia en que se descubre todo momento como un aprendizaje, cada perdida como una ganancia y todo paso como un acercamiento a dios y a los demás.

  • ¿Renuncias a tus cobardías y complejos?

El pasado se ha de superar. El presente se ha de vivir de manera intensa. El futuro ha de ser un continuo proceso de sanación interior, desde lo intergeneracional hasta la propia imagen, la curación de los recuerdos, el perdón en toda su extensión, y la conciliación con cada una de las etapas de la vida.

  1. c) La formación bíblico-doctrinal. Junto con una fuerte experiencia religiosa y una destacada convivencia comunitaria, nuestros fieles necesitan profundizar el conocimiento de la Palabra de Dios y los contenidos de la fe, ya que es la única manera de madurar su experiencia religiosa. En este camino, acentuadamente vivencial y comunitario, la formación doctrinal no se experimenta como un conocimiento teórico y frío, sino como una herramienta fundamental y necesaria en el crecimiento espiritual, personal y comunitario.

– ¿Renuncias a tus tristezas y desconfianzas?

Las depresiones y desencantos en el accionar con los demás pueden ser superados y canalizados en la conversión bautismal.

  • ¿Renuncias a tus materialismos y seguridades?

La ambición, el desenfreno por adquirir aquello que llenan los ojos y mueven a la ostentación, superficialidad y derroche de bienes, asi como los caprichos necesitan ser orientados a lo esencial, básico y la dinámica vital del compartir permanente con los necesitados.

  • ¿Renuncias a tus injusticias y favoritismos?

Tu dinero, capacidades y logros no son solo tuyos. El Espíritu profético ha de reivindicar aquello que refiere a la comunidad social en la que se comparte el pan del cielo y la igualdad de oportunidades en lo laboral, la educacional, la vivienda, la salud, la vida familiar, la seguridad y las garantías para una digna ancianidad.

– ¿Renuncias a creerte el mejor, y verte superior a los demás?

El acoso, los atropellos, la discriminación de cualquier tipo, el oportunismo piden ser sustituidos por el espíritu de las bienaventuranzas que exalta a Jesucristo salvador presente en:

  • Los pobres
  • Los que lloran
  • Los mansos
  • Los que tienen hambre y sed de justicia
  • Los misericordiosos
  • Los limpios de corazón
  • Los pacíficos
  • Los perseguidos por causa de la justicia
  1. d) El compromiso misionero de toda la comunidad. Ella sale al encuentro de los alejados, se interesa por su situación, a fin de reencantarlos con la Iglesia e invitarlos a volver a ella (DA 226).

– ¿Renuncias a estar muy seguro de ti mismo?

Los momentos más críticos de la vida, junto a las personas que potencian el amor propio en cada persona y les ayudan a desarrollar sus capacidades y talentos naturales, de manera que el complejo de superioridad o la baja estima personal no distancien a los creyentes del verdadero Espíritu Cristiano.

  • ¿Renuncias a creer que ya estas convertido del todo?

El ropaje, el lenguaje y las actividades espirituales pueden facilitar o entorpecer un sano proceso de conversión permanente. Las situaciones múltiples que se dan al acudir a la celebración del sacramento de la reconciliación y penitencia como puerta para la vivencia de los demás sacramentos piden retomar sus fundamentos y aspirar a sus frutos fundamentales. Una negativa experiencia con los ministros de la vida sacramental puede entorpecer la respuesta de fe.

  • ¿Renuncias a quedarte en los medios, las cosas, las instituciones, los métodos, los reglamentos y no ir a Dios?

Las adquisiciones materiales pueden acaparar alma, vida y corazón del bautizado. Los objetos nos pueden dominar. El legalismo o su opuesto, la laxicividad, pueden hacer perder el equilibrio necesario para la convivencia y aceptación con uno mismo y los demás. El rechazo de la religión y de una relación personal con el Dios de la revelación en Jesucristo pueden privarnos de los bienes espirituales y celestiales adquiridos para nosotros y para todos por igual. La justa distribución ha de ser equitativa y generosa, asequible.

  • ¿Renuncias a tu falta de fe, esperanza y amor?

La perdida de la confianza y obediencia a Dios en Jesucristo, asociando los conocimientos intelectuales que reducen el evangelio y las religiones a experiencias evolutivas únicamente en el espectro cultural, la experiencias del diario vivir que frustrar, sacan a relucir las debilidades y limitaciones personales y del propio medio ambiente y los desengaños ante altas exceptivas en el seno de la comunidad cristiana pretendiendo constituir a la Iglesia y sus miembros en agrupaciones celestiales en las que no hay ninguna falla pueden constituir la fisionomía de la actual experiencia de fe.

La desesperación ante situaciones inciertas y nunca exploradas que sobrepasan las fuerzas humanas, el dolor y el sufrimiento pueden motivar a dar cabida a no alimentar o recuperar la esperanza.

Completando el ciclo de las virtudes teologales como vías bautismales de la comunión con el Dios de la revelación en Jesucristo por su entrega total, voluntaria e incondicional por la eternidad porque es el amor encarnado.

III. EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

Nadie, nunca debe estar solo, abandonado a las contingencias de los hechos que nos tocan afrontar. Imposible ser discípulos y misioneros aisladamente. Dios nos creo en Jesucristo para el encuentro y la entrega con todos aquellos en quien el Padre ha llamado desde la eternidad para depositar en su alma al Espíritu Santo.

El tesoro de la Iglesia nos enriquece con el acompañamiento espiritual para el soporte y contacto con otros hermanos bautizados capacitados para darnos equilibradamente las pautas para la respuesta diaria que esperamos nos otorgue Jesucristo salvador a nuestra existencia, paso a paso, momentos a momento y para alcanzar la eternidad junto a él:

En el hoy de nuestro continente latinoamericano, se levanta la misma pregunta llena de expectativa: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1, 38), ¿dónde te encontramos de manera adecuada para “abrir un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad?” (DA 245).

Un momento clave en esta experiencia de Dios: Jesucristo es mi salvador (JEMS) es la entrega de dicha oración para rezarla de una manera nueva en lo comunitario e individual. En la expresión dos veces dicha: hermanos se han de levantar ambos brazos señalizando con ellas a los hermanos que están a la derecha y a la izquierda pidiendo su intervención. Una pausa es requerida en los cuatro ámbitos de la conversión mencionado de la mente, los sentimos y voluntad, las acciones y las negaciones de reconocer la presencia de Jesucristo en quien pide clemencia desde las cruces que le atormentan y gimen por redención:

Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad. Esta propuesta será mediación de encuentro con el Señor si se presenta la Palabra revelada, contenida en la Escritura, como fuente de evangelización. Los discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra: quieren acceder a la interpretación adecuada de los textos bíblicos, a emplearlos como mediación de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma de la propia evangelización y del anuncio de Jesús a todos. Por esto, la importancia de una “pastoral bíblica”, entendida como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de la Palabra. Esto exige, por parte de obispos, presbíteros, diáconos y ministros laicos de la Palabra, un acercamiento a la Sagrada Escritura que no sea sólo intelectual e instrumental, sino con un corazón “hambriento de oír la Palabra del Señor” (Am 8, 11). (DA 248).

A continuación cada uno ha de escrutar su conciencia con la ayuda del acompañante espiritual en vistas a la renovación del sacramento del bautismo.