Por Manuel Antonio García Salcedo

  1. AMEN… TUYO ES EL REINO, EL PODER Y LA GLORIA POR SIEMPRE SEÑOR  

Reflexión: Quédate con nosotros (Lc 24, 1-36)

Un clamor a Jesucristo, Hijo de Dios: ¡Quédate con nosotros! sale del interior de quienes necesitan que se abran sus ojos y el corazón le arda. Los discípulos misioneros hacen suyo este pedido. ¿Eres tu uno de ellos? ¿En qué se parece los discípulos de Emús a tu experiencia de fe sacramental?

Este clamor no es solamente una referencia a un personaje de importancia histórica suma. En este primer seminario de crecimiento, el objetivo es que cada uno de sus participantes puedan afirmar: ¡Jesús es mi Salvador! desde un compromiso de formación, profundización y maduración de su fe bautismal por medio de la experiencia sacramental.

Si así lo has decido, únete a la comunidad eclesial eucarística en la que todos hemos de responder a las siguientes preguntas: ¿Cómo conocer realmente a Jesucristo para poder seguirle y vivir con Él, para encontrar la vida que solo procede de Él para comunicarla a los demás en la sociedad y en el  mundo?

Todos necesitamos recibir una y otra vez la Buena Noticia que se proclama de manera especial en el domingo, primer día de la semana, para alcanzar el fruto del acontecimiento de comunión con la muerte y resurrección del Dios hecho hombre, Jesucristo. Este encuentro se trata de un encuentro asiduo y privilegiado con el Señor Resucitado como ha ocurrido del largo caminar de la Iglesia a través de los siglos. Vamos catalogar y dar prioridad la experiencia por excelencia de la fe cristiana: (I) la fe eucarística que propicia paulatinamente (2) la adhesión a la fe bautismal que tiene un cariz determinante cristológico.

  1. La celebración dominical de la Eucaristía: centro de la vida cristiana.

¿Hace cuanto tiempo tuviste tu primer encuentro de corazón a corazón con Jesucristo? ¿Cómo está tu relación con El?

La certeza de fe de los cristianos no se puede perder. Nuestro sentido de vida depende del encuentro comunitario donde se descubre a Jesucristo vivo, presente y operante en el hoy y el ahora de nuestra vivencia eclesial por medio a la misa dominical, donde cada vez que comemos del mismo Pan Eucarístico y bebemos del mismo Cáliz, como centro de la vida cristiana, es posible tener una verdadera experiencia de fe.

La comunión con Jesucristo presupone la explicación de las Sagradas Escrituras y la Fracción del Pan, experiencias inseparables que facilitan este encuentro de fe:

-El realismo de la fe en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, su vida, su persona y su sana doctrina se adquiere por medio de la proclamación de la Palabra de Dios, conocimiento que se obtiene cuando se celebra el sacramento junto a los hermanos reunidos en su nombre.

-Segundo, la Palabra se hace Carne y habita en la comunidad cristiana congregada para la comunión del Cuerpo y Sangre de Jesucristo,  prioridad en toda actividad cristiana. La adoración de su presencia en el sagrario y las exposiciones del Santísimo Sacramento facilitan la valoración de la misma.

¿Dónde descubres la presencia del Señor Resucitado en tu vida?

La presencia de Jesucristo se descubre en la asamblea eucarística, en el anuncio de la Palabra de Dios, en el Pan y Vino transformados en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, en el Sacerdote ordenado y los ministros que colaboran en la dirección  de la oración, en cada uno de los hermanos presentes y, de manera especial en aquellos que están en cualquier necesidad urgente: hambrientos, sedientos, ancianos, enfermos y desfavorecidos.

El encuentro de los discípulos de Emaús con el Señor Resucitado es motivación para  los cristianos a participar activamente en la celebración eucarística dominical, de manera preferencial en familia.

Padres e hijos pueden mantener y recuperar la unidad entre ellos mediante la eficaz pedagogía de fe en que se desarrolla en cada celebración eucarística como relación con el Dios viviente que camina a nuestro lado, que nos ayuda a descubrir el sentido de los acontecimientos dolorosos y a confesar con fe firme que la muerte ha sido destruida a por Jesucristo, salvador nuestro.

¿Cómo lograr que Jesucristo entre a nuestros hogares y permanezca en ellos?, porque la fe cristiana no es solamente participar de actividades religiosas en las que se experimentan sentimientos y emociones agradables.

  1. Adhesión a la fe bautismal cristológica.

Se ha resaltar que el ambiente de fiesta y alegría representan los grandes desafíos de la vida actual. El Gozo que infunde el Espíritu Santo es signo de la experiencia con la persona del Dios encarnado, que ha muerto en la cruz y que reina como el Señor de la resurrección. Pero esto no se ha de quedar allí en una experiencia pasada.

Esto demanda una mayor apertura de corazón más y más generosa a Jesucristo. A esta postura llamamos adhesión a la fe bautismal y su sentido es siempre cristológico, un encuentro con el Señor Resucitado presente en la Palabra y en la Eucaristía vivida en sacramental comunidad de hermanos que cultivan una intensa vida de espiritualidad y solidaridad.

El documento de Aparecida ubica la adhesión a Jesucristo como fe bautismal que nos convierte en discípulos y misioneros en el marco de una vocación comunitaria en que podemos experimentar su salvación:

La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa. pp 156.

Hemos de cultivar dos frutos que se nutren en nuestra vida de la Eucaristía Dominical:

-Proceso de evangelización: anunciar el evangelio de manera espontanea y de forma organizada, enviados por la Iglesia como indicación de una fe bautismal que ha echado raíces en toda nuestra existencia.

-Iniciativas solidarias: cultivar la caridad entre los cristianos y en entre todos los hombres de buena voluntad que brota del deseo de aportar una solución a las dificultades que tienen los demás con miras a edificar una civilización del amor eucarístico.

Lo personal, lo familiar, lo comunitario-eclesial y lo social requieren de la adhesión a la fe bautismal cristológica como encuentro de fe con Jesucristo que lleva al creyente a reunirse en hermandad comunitaria y a actuar en servicio caritativo con los pobres.

No se puede ser cristiano sin Iglesia. Nuevos movimientos religiosos y espirituales tienden al individualismo, pero la opción por la fe cristológica de los discípulos y misioneros implica descubrir el rostro de Jesucristo en los hermanos, y de manera especial en aquellos pobres que están sometidos al sufrimiento y salir en su ayuda a la manera que nos indica el Documento de Aparecida en el numero 393: Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a JesucristoEllos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas.: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40).

Meditemos en los encuentros de Jesucristo con quienes fueron iluminados por su llamado, entre ellos los apóstoles, Mateo, Zaqueo, la Samaritana, el ciego de nacimiento, Pablo y otros más. Todos ellos le abrieron su corazón. El Evangelio se convirtió en su razón de vivir. Se integraron a una vida de comunión y solidaridad con otros hermanos.  

¿Qué respuesta darás a Jesucristo Resucitado (verdadero enfoque cristológico) y a su cuerpo que es la Iglesia en esta etapa de tu fe bautismal? ¿Qué frutos necesitas cultivas como signo propio de una adhesión como encuentro constante y vivo con el Señor de nuestra Historia, Jesucristo, nacido de María, la Virgen, presente y operante en el santísimo sacramento de la comunidad eclesial?

Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Ef 5, 25)

Al finalizar el seminario JEMS (Jesucristo es mi Salvador), experiencia de profundización del primer sacramento de la iniciación cristiana, el bautismo, se te hace la invitación a  comprometerte en la transmisión del anuncio de esta experiencia, don de la salvación recibida, y a dar testimonio de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8) ((Documento Aparecida, V Conferencia del Episcopado Latinoamericano CELAM 145) para revitalizar permanentemente el pentecostés que vive la Iglesia misma mediante fecundas irrupciones del Espíritu Santo, el responsable de su vitalidad divina.

Después de redescubrir tu ser de bautizado, se hace necesaria una reinserción en la Iglesia a partir de dos objetivos: conocerla a fondo y mantenerse fiel a la Iglesia misma, de manera que se crezca tanto en el encuentro como en el pertenecer a Cristo desde la alegría bautismal.

  1. La Iglesia, Comunidad Cristiana Eucarística:

Los sacramentos de la iniciación cristiana (el bautismo, la confirmación y la eucaristía) te han insertado en la Comunidad Cristiana Eucarística, pastoreada por los sucesores de los apóstoles en comunión con el sucesor del obispo de Roma, cabeza visible del colegio de los obispos que tiene la misión de evangelizar hasta los confines de la tierra.

El acontecimiento del encuentro con Cristo que ha vencido a la muerte y ha resucitado remite de inmediato a su Iglesia, organismo social de fe, esperanza y caridad en la que sus miembros forman una comunidad visible y jerárquica al servicio del Espíritu Santo (Cf. Lumen Gentium 8, Concilio Ecuménico Vaticano II):

La Iglesia, como “comunidad de amor”, está llamada a reflejar la gloria del amor de Dios que, es comunión, y así atraer a las personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y recorren la hermosa aventura de la fe. “Que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea” (Jn 17, 21). La Iglesia crece no por proselitismo sino “por ‘atracción’: como Cristo ‘atrae todo a sí’ con la fuerza de su amor”. La Iglesia “atrae” cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34) (DA 159).

El mismo Espíritu Santo que te ha hecho renacer en la Iglesia por el bautismo, es el mismo que confiere carismas y variedad de oficios a la Iglesia misma con el propósito de edificarla, y por medio de ella evangelizar a toda la humanidad por el ministerio del sucesor de Pedro y Pablo, el obispo de Roma, en comunión con los obispos, sucesores de los apóstoles, que tienen la misión de manera colegiada hasta el final de los tiempos de conducir a todos los hombres a la buena noticia del Reino de Dios.

A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf. 1 Co 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1 Co 12, 2829). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cf. 1 Co 1, 6-7). El Espíritu en la Iglesia forja misioneros decididos y valientes como Pedro (cf. Hch 4, 13) y Pablo (cf. Hch 13, 9), señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quiénes deben hacerlo (cf. Hch 13, 2) (DA 145).

La Iglesia confesada en nuestro credo bautismal como Una, Santa, Católica y Apostólica te invita a responder a estas preguntas:

¿Qué tanto conoces y te interesas por tu Iglesia? ¿Por qué la comunión y la colaboración con el obispo de tu Iglesia Particular, y con todos los obispos en comunión con el obispo de Roma es necesaria para la renovación de tu fe cristiana? ¿Qué pide el obispo de tu Diócesis para una mayor vivencia del don bautismal recibido? ¿Qué importancia tiene el sucesor de San Pedro y San Pablo, el obispo de Roma en tu compromiso por la extensión del Reino de Dios?

  1. La Diócesis y su Obispo:

El Evangelio y la Eucaristía congregan y hacer crecer por la acción del Espíritu Santo a la Iglesia Particular llamada Diócesis, lugar privilegiado de la comunión en torno al obispo y su presbiterio:

La vida en comunidad es esencial a la vocación cristiana. El discipulado y la misión siempre suponen la pertenencia a una comunidad. Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo. Este es un aspecto que distingue la vivencia de la vocación cristiana de un simple sentimiento religioso individual. Por eso, la experiencia de fe siempre se vive en una Iglesia Particular. Reunida y alimentada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia católica existe y se manifiesta en cada Iglesia particular, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, “una porción del pueblo de Dios confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio” (DA 164-65).

La Iglesia particular es totalmente Iglesia, pero no es toda la Iglesia. Es la realización concreta del misterio de la Iglesia Universal, en un determinado lugar y tiempo. Para eso, ella debe estar en comunión con las otras Iglesias particulares y bajo el pastoreo supremo del Papa, Obispo de Roma, que preside todas las Iglesias (DA 166).

Al interior de la Iglesia, el oficio de Cristo de enseñar la sana doctrina, el presidir la vida litúrgica y oracional, y el servir al pueblo de Dios ha sido confiado a los obispos en comunión con el obispo de Roma como verdaderos pastores asistidos por sus presbíteros  y diáconos para fomentar la vida comunitaria eucarística a la que se te llama a participar y a promover:

Los obispos, además del servicio a la comunión que prestan en sus Iglesias particulares, ejercen este oficio junto con las otras iglesias diocesanas. De este modo, realizan y manifiestan el vínculo de comunión que las une entre sí. Esta experiencia de comunión episcopal, sobre todo después del Concilio Vaticano II, debe entenderse como un encuentro con Cristo vivo, presente en los hermanos que están reunidos en su nombre. Para crecer en esa fraternidad y en la corresponsabilidad pastoral, los obispos deben cultivar la espiritualidad de la comunión en orden a acrecentar los vínculos de colegialidad que los unen a los demás obispos de su propia Conferencia, pero también a todo el Colegio Episcopal y a la Iglesia de Roma, presidida por el sucesor de Pedro: cum Petro et sub Petro. En la Conferencia Episcopal, los obispos encuentran su espacio de discernimiento solidario de los grandes problemas de la sociedad y de la Iglesia, y el estímulo para brindar las orientaciones pastorales que animen a los miembros del Pueblo de Dios a asumir con fidelidad y decisión su vocación de ser discípulos misioneros (DA 181).

III. La parroquia, comunidad de comunidades eucarísticas:

Sin vida comunitaria la iniciación cristiana, que tiene como punto de arranque al bautismo, no pude desarrollarse ni concretarse. La conformación de comunidades cuyo motor es el sacramento de la Eucaristía genera una renovación eclesial. Sus miembros se transforman en discípulos misioneros al servicio de la Iglesia Diocesana y de las parroquias que requieran con prontitud una renovación espiritual y social.

Entre las comunidades eclesiales, en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo, sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y la comunión eclesial. Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión. Uno de los anhelos más grandes que se ha expresado en las Iglesias de América Latina y El Caribe, con motivo de la preparación de la V Conferencia General, es el de una valiente acción renovadora de las Parroquias a fin de que sean de verdad espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes.

Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y mujeres en cada ambiente. El Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo, es también enviado a todos en cuanto miembros de la comunidad, porque su acción no se limita al ámbito individual, sino que abre siempre a las comunidades a la tarea misionera, así como ocurrió en Pentecostés (cf. Hch 2, 1-13).

La renovación de las parroquias, al inicio del tercer milenio, exige reformular sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus miembros se sientan y sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión. Desde la parroquia, hay que anunciar lo que Jesucristo “hizo y enseñó” (Hch 1, 1) mientras estuvo con nosotros. Su Persona y su obra son la buena noticia de salvación anunciada por los ministros y testigos de la Palabra que el Espíritu suscita e inspira. La Palabra acogida es salvífica y reveladora del misterio de Dios y de su voluntad. Toda parroquia está llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, es la fuente dinámica del discipulado misionero. Su propia renovación exige que se deje iluminar siempre de nuevo por la Palabra viva y eficaz. (DA 170-172).

La reinserción en la Iglesia, comunidad eucarística requiere de tu compromiso para integrarte en comunidades que se dediquen a formar discípulos misioneros. Esta es la prioridad de las parroquias: proporcionar la experiencia de Cristo en comunión  eclesial a partir de la iniciación cristiana, de la educación permanente en la fe para su celebración, aglutinando los diversos carismas, servicios y planes pastorales, así como a los movimientos apostólicos en los que todos busquen como responsables un nuevo pentecostés que redunde en una transformación social, en acogida de las diversas culturas, y de desarrollo de todos los sectores poblacionales.    

Para completar este análisis en vistas al compromiso comunitario renovador que se te pide al concluir esta experiencia, se requiere poner atención a las palabras del Discurso Conclusivo de la V CELAM sobre el sentido último, la meta final a alcanzar, el fruto de tu reinserción en la vida y obra de la Iglesia:

La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cf. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cf. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10, 4ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio.

¿Perteneces a una comunidad con las características enumeradas? ¿Qué pasos hay que dar para que una parroquia se convierta en un organismo comunitario de renovación desde el impulso de pentecostés? ¿Cuáles de las actividades propias de las comunidades de discípulos y misioneros que han de vigorizar tu vida de servidor en la Iglesia y en la sociedad?

A continuación se te hará la invitación en el transcurso de la celebración de la eucaristía de la renovación de la iniciación cristiana, en el primer paso que es el bautismo a insertarte en el servicio de la comunión cristiana eucarística.