Por el P. Manuel Antonio García Salcedo

  1. VENGA NOSOTROS TU REINO…

MEDITACION :

El Baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo (Tito 3, 1-10)

  1. ESPIRITU SANTO EN EL BAUTISMO

El Beato Magno Pablo VI, el Papa Pneumatologo, indicó que la cristología y especialmente la eclesiología del Concilio Vaticano II, el Nuevo Pentecostés de nuestros tiempos, debe sucederse en continuidad permanente con un nuevo culto y estudio de la persona del Espíritu Santo en la vida de la trinidad, la Iglesia y el mundo.

El gran don que Dios Padre e Hijo dan a la humanidad de manera privilegiada por medio de la Iglesia es la persona del Espíritu Santo; Espíritu de la santidad y de la verdad con una función primordial en la obra de la salvación alcanzada por el misterio pascual de Jesucristo.

La evangelización tiene eficacia por la mutua colaboración de los miembros de la Iglesia entre si y la acción del Espíritu Santo que brota entre nosotros desde la fuente bautismal:

El llamado de Jesús en el Espíritu y el anuncio de la Iglesia apelan siempre a nuestra acogida confiada por la fe. “El que cree en mí tiene la vida eterna”. El bautismo no sólo purifica de los pecados. Hace renacer al bautizado, confiriéndole la vida nueva en Cristo, que lo incorpora a la comunidad de los discípulos y misioneros de Cristo, a la Iglesia, y lo hace hijo de Dios, le permite reconocer a Cristo como Primogénito y Cabeza de toda la humanidad. Ser hermanos implica vivir fraternalmente y siempre atentos a las necesidades de los más débiles (DA 349).

En la última cena Jesucristo promete el Espíritu Santo de una manera generosamente ilimitada a quienes entren en comunidad de discípulos y misioneros, comunidad pastoreada por el sucesor de Pedro, el obispo de Roma y aquellos en comunión con el, los obispos, sucesores ininterrumpidos de los Apóstoles.

En cada celebración eucarística actualizamos el sacramento primero de la fe que es el bautismo. La gracia recibida requiere de nuestra colaboración y disposición. Dejarse enseñar buscar y recordar las enseñanzas de Pedro y los demás apóstoles a partir del Evangelio de Jesucristo, salvador de la humanidad, además de una necesidad a satisfacer para seguir en lo personal para alcanzar plenitud, requiere para su aplicación la predicación de dicho Evangelio a partir del envío de los pastores de la Iglesia quienes tienen la encomienda de mantener y difundir la espiritualidad bautismal cristiana centralizada en la Eucaristía, Pan del Cielo..

Nuestros pueblos no quieren andar por sombras de muerte; tienen sed de vida y felicidad en Cristo. Lo buscan como fuente de vida. Anhelan esa vida nueva en Dios, a la cual el discípulo del Señor nace por el bautismo y renace por el sacramento de la reconciliación. Buscan esa vida que se fortalece, cuando es confirmada por el Espíritu de Jesús y cuando el discípulo renueva en cada celebración eucarística su alianza de amor en Cristo, con el Padre y con los hermanos. Acogiendo la Palabra de vida eterna y alimentados por el Pan bajado del cielo, quiere vivir la plenitud del amor y conducir a todos al encuentro con Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (DA 350).

La obra concreta del Espíritu Santo regenerándonos y renovándonos por el bautismo se traduce en la concreción en nuestro quehacer e instancias donde habitamos es la instauración y expansión del Reino de Dios, el ejercicio de la justicia social y la difusión sin horarios y límites de la caridad cristiana que se traduce en las obras de misericordia divina:

 “El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1, 15). La voz del Señor nos sigue llamando como discípulos misioneros y nos interpela a orientar toda nuestra vida desde la realidad transformadora del Reino de Dios que se hace presente en Jesús. Acogemos con mucha alegría esta buena noticia. Dios amor es Padre de todos los hombres y mujeres de todos los pueblos y razas. Jesucristo es el Reino de Dios que procura desplegar toda su fuerza transformadora en nuestra Iglesia y en nuestras sociedades. En Él, Dios nos ha elegido para que seamos sus hijos con el mismo origen y destino, con la misma dignidad, con los mismos derechos y deberes vividos en el mandamiento supremo del amor. El Espíritu ha puesto este germen del Reino en nuestro Bautismo y lo hace crecer por la gracia de la conversión permanente gracias a la Palabra y los sacramentos (DA 382).

  1. PARTICIPACIÓN EN LA VIDA TRINITARIA POR EL ESPÍRITU SANTO

La obra de salvación de Jesucristo requiere de una intima vinculación intensa y diaria con el Espíritu Santo quien junto al Hijo es también Evangelio del Padre. La misión de la Iglesia y de cada uno de sus hijos es plenitud de la revelación del Dios Triúnico. En esta vida de amor personal sobrenatural manifestada en la tierra y en nuestra humanidad, el don divino del interior eterno de la Santísima Trinidad viene a nosotros por el Espíritu bautismal.

La acción sacramental del Espíritu Santo nos pide asumir la misión de Jesucristo en la tierra, en el lugar que vivimos y con las personas con las que nos encontramos e interactuamos según las necesidades de cada grupo social y con cada persona en su situación especial a solventar.

La partida de Jesucristo muerto y resucitado a la derecha del Padre por la obra del Santo Espíritu, refiere a la presencia sacramental del salvador de todos los hombres para alcanzar la comunión intratrinitaria y con los demás en tendencia a  la plenitud del cielo.

 Al recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que lleva a confesar a Jesús como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abba”. Todos los bautizados y bautizadas de América Latina y El Caribe, “a través del sacerdocio común del Pueblo de Dios”, estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad, pues “la evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria” (LG 1. DP 218. DA 157).

  1. EL PASO A LA COMUNIÓN (COMUNICACIÓN DEL ESPÍRITU).

La nueva creación es el fruto del envío del Espíritu Santo para recrear la faz de la tierra. Tomar conciencia de la imperiosa necesidad de extender esta nueva creación a partir de nuestro status bautismal, la dignidad adquirida de Hijos adoptivos de Dios. Elegidos por la multiforme gracia comunicada a cada uno para la eterna vida sobrenatural de las bienaventuranzas.

Todas las profecías del Antiguo Pacto se han cumplido en Jesucristo Salvador, quien revela, posee y comunica el Espíritu Santo y todos sus dones. San Juan Bautista indica que Jesucristo es la salvación (la salud) dada durante su vida pública a  quienes el buscó y a quienes le recibieron, especialmente en el sacramento de la cruz, de donde brotaron el agua, la sangre y el Espíritu del costado del Verbo Encarnado.

Gran desafío para quienes hemos sido llamados a vivir el gozo de la encarnación, la fortaleza de la pasión, la incondicionalidad de entrega de la cruz y la alegría de la Resurrección de Jesucristo. Solo el Espíritu Santo lleva a una concreción del Evangelio proclamado en su instancia preferencial que es la llamada a la comunidad pascual de pentecostés.

Gracias a la llamada vida en el Espíritu Santo, el bautismo y la confirmación de los miembros de la comunidad cristiana se intensifica y se nutre objetivamente por el sacramento de de la Eucaristía:

Al igual que las primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunimos asiduamente para “escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir unidos y participar en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo. La Eucaristía (DA 158)…

San Juan Pablo II ha recordado para siempre que es el Espíritu Santo desde la experiencia sacramental quien reanima a la Iglesia de nuestro tiempo desde el paso o pascua que se concretiza en la Eucaristia (Dominum et Vificiantem 1988):

La participación de todos en el mismo Pan de Vida y en el mismo Cáliz de Salvación, nos hace miembros del mismo Cuerpo (cf. 1 Co 10, 17). Ella es fuente y culmen de la vida cristiana69, su expresión más perfecta y el alimento de la vida en comunión. En la Eucaristía, se nutren las nuevas relaciones evangélicas que surgen de ser hijos e hijas del Padre y hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia que la celebra es “casa y escuela de comunión, donde los discípulos comparten la misma fe, esperanza y amor al servicio de la misión evangelizadora (DA 109).