Por el Padre Manuel Antonio García Salcedo[1]

A lo largo de las Sagradas Escrituras ciertos símbolos se han asumido como representación de los diversos aspectos de la acción de la tercera persona de la Trinidad en la historia de la salvación como son:

El Agua Brota de Cristo crucificado (Cf. Jn. 19, 34; 1 Jn. 5, 8, Jn. 4, 10-14; 7, 38; 1 Cort. 12, 13, Ex. 17, 1-6; Is. 55, 1; Zac. 14, 8; 1 Cort. 10, 4; Ap. 21, 6; 22, 17).
La Unción Sinónimo suyo (Cf. 1 Jn. 2, 20. 27; 2 Cort. 1, 21) en la iniciación cristiana, signo sacramental de la Confirmación, llamada en las Iglesias de Oriente Crismación
El Fuego En la montaña del Sinaí (Cf. Ex. 30, 22-32, 1 Sam. 16, 13, Lc. 4, 18-19; Is. 61, 1, Lc. 2,11, 2, 26-27; 4, 1, 6, 19; 8, 46, Rom. 1, 4; 8, 11,  Hech. 2, 36, Ef 4, 13), y simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo (Sir. 48, 1, 1 Re. 18, 38-39, Lc. 1, 17; 3, 16; 12, 49; Hech. 2, 3-4; 1 Tes. 5, 19).
La Nube Ex. 24, 15-18, en la Tienda de Reunión (Cf. Ex. 33, 9-10), durante la marcha por el desierto (Ex. 40, 36-38; 1 Cort. 10, 1-2); en la dedicación del Templo (1 Re. 8, 10-12). El es quien desciende sobre la Virgen María (Lc. 1, 35). en la montaña de la Transfiguración (Lc. 9, 34-35). es la misma nube la que «ocultó a Jesús a los ojos» de los discípulos el día de la Ascensión (Hech. 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria (Lc. 21, 27).
La Luz Ex. 24, 15-18, en la Tienda de Reunión (Cf. Ex. 33, 9-10), durante la marcha por el desierto (Ex. 40, 36-38; 1 Cort. 10, 1-2); en la dedicación del Templo (1 Re. 8, 10-12). El es quien desciende sobre la Virgen María (Lc. 1, 35). en la montaña de la Transfiguración (Lc. 9, 34-35). Es la misma nube la que «ocultó a Jesús a los ojos» de los discípulos el día de la Ascensión (Hech. 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria (Lc. 21, 27).
El Sello Jn. 6, 27; 2 Cort. 1, 22; Ef. 1, 13; 4, 30. Indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden.
La Mano Cura a los enfermos (Mc. 6, 5; 8, 23), bendice a los niños (Mc. 10, 16). y en su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (Mc. 16, 18; Hech. 5, 12; 14, 3; 8, 17-19; 13, 3; 19, 6; Heb. 6, 2)
El Dedo Lc. 11, 20; Ex. 31, 18; 2 Cort. 3, 3. En El himno «Veni Creator» se invoca al Espíritu Santo como «digitus paternae dexterae» («dedo de la diestra del Padre»).
La Paloma Símbolo de la iconografía cristiana (Cf. Gn. 8, 8-12; Mt, 3, 16)

Un fantástico ejercicio espiritual es tomar las Sagradas Escrituras, ubicar estos textos mencionados y relacionarlos con la experiencia sacramental que se ha tenido donde el Espíritu Santo es aducido por dichas representaciones simbólicas.

Los Santos Padres de la Iglesia refieren el nacimiento de la Iglesia al interior del costado de Cristo, como antesala de su muerte, resurrección, ascensión y venida del Espíritu Santo que forman la totalidad del Misterio Pascual, tesis que no está en contradicción con la manifestación de la Iglesia del día de Pentecostés.

Esta doctrina se despliega de forma explícita en la Plegaria Eucarística III del Misal de Pablo VI en relación a la vida de la Iglesia y en referencia a la misión del Resucitado para cada creyente como programa eclesial misionero de la primera sección  de Evangelio de San Lucas donde el Espíritu Santo:

  1. Llena a los profetas para que hablen al pueblo en nombre de Dios, fundamento del magisterio eclesiástico (Lucas 1, 13-15, 1,41. 67).
  2. Desciende como sombra protectora, potencia de Dios y fuerza de vida sobre la Virgen María, Mare de la Iglesia (Ibid. 1, 35).
  3. Hace reconocer la presencia y las acciones de Dios en el caminar de la comunidad cristiana (Ibid. 1,41).
  4. Es Fuente de esperanza en medio de las dificultades de la vida en el ejercicio de la palabra y la comunión (Ibid. 2, 25-26).
  5. Es el fuego purificador de Dios que acrecienta la conversión en el corazón de cada cristiano (Ibid. 3, 16).
  6. Llena y conduce para que realice la obra liberadora en favor de los pobres como miembros preferenciales de la comunidad (Ibid. 3, 21, 4,14-18).
  7. Hace superar las pruebas y vencer el mal (Ibid. 4,2).
  8. Otorga la capacidad de alabar gozosamente a Dios por sus obras maravillosas y sorprendentes en medio de la misión (Ibid. 10,21).
  9. Es el gran don que el Padre da a los que se lo piden en la asamblea litúrgica (Ibid. 11, 13).
  10. Auxilia y da palabras de sabiduría en las pruebas y en las persecusiones por la misión (Ibid. 12, 11-12). 

Por tanto, la acción del Espíritu Santo en el cenáculo de Jerusalén no limitada a la mañana de Pentecostés[2] se realiza sin pausas en la vida de la Iglesia que está continuamente bajo su decisiva influencia hasta la vuelta de Cristo en su gloria.

Desde estos precedentes se conformaron las coordenadas de la espiritualidad antigua de los pueblos de oriente sirvió para un desarrollo sistematizado de la fe[3] gracias al Doctor Angélico de la Iglesia, el fraile dominico Santo Tomás de Aquino que sentó las bases de la Pneumatología como la ciencia que estudia la persona del Espíritu Santo y su acción en la Suma Teológica con respecto a la Doctrina sobre los hábitos (STh I-II,49-54), las virtudes (55-67), los dones del Espíritu Santo(ib. 68),  sobre el Espíritu Santo (I, 36-38) y la gracia (I-II, 109-113) que desarrollaremos a continuación.

  1. El Espíritu Vivificador Y Santificador.

El Evangelio de San Juan presenta una reflexión del «nacer de nuevo del agua y del Espíritu Santo (3,3)», símbolo del bautismo, cuya fuerza e impulso por el Espíritu de Dios se proclamará programáticamente en la fiesta de los Tabernáculos (7,37ss) con la alusión a la glorificación de Jesús, de la que tanto hablarán los textos joaneos de despedida aludiendo a la misión del Espíritu como primera manifestación del Resucitado (Cf. I Jn. 4, 1; Ap. 19, 10). en el mismo día de Pascua en la efusión sobre los apóstoles del Espíritu Santo para salvar al mundo del pecado (Jn. 20,22) con funciones:

  1. Memorativa, actualizadora y de interna posesión o «presencia activa» en los discípulos.
  2. Iluminadora y explicativa del Espíritu de la Verdad que introduce a los discípulos en la verdad completa.

El Espíritu Santo, morada y escuela[4] de la creación, la encarnación de Cristo y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, hace posible la conversión y la vida nueva por la gracia, según indica el Catecismo de la Iglesia Católica de San Juan Pablo II (1992) que relaciona de manera inseparable e insustituible esta vida nueva en el Espíritu desde la gracia (n. 1987-2029), las virtudes y los dones del Espíritu Santo (n. 1803-1831) en orden a la Santificación.

La gracia[5] es el estado de vida sobrenatural en Cristo, por la comunicación del Espíritu Santo por la participación formal y análoga de la misma naturaleza de Dios que sana y eleva al hombre a un don distinto de las Personas divinas que habitan en el justo -gracia increada-.

Para Santo Tomas de Aquino la gracia es un don divino, gratuitamente infundido por Dios en el alma del hombre como realidad divina-sobrenatural, de tal valor, que «el bien de gracia de un solo individuo es mayor que el bien natural de todo el universo» (STh I-II,113, 9).

A partir de las enseñanzas del Aquinate podemos clasificar a la Gracia en:

1-Gracia santificante, inherente al alma, que renueva al hombre interiormente, destruyendo en él todo el mal del pecado. Este don divino al mismo tiempo es gracia sanadora que cura al hombre del pecado, es también gracia elevante que produce en el hombre un cambio cualitativo y ascendente como paso de la vida meramente natural a la sobrenatural de un cambio primero en el ser y luego en el obrar del en el obrar del hombre según 2 Cort. 5,17 y Gált. 6,15.

2-Gracias Actuales o auxilios sobrenaturales del Espíritu Santo que iluminan el entendimiento y mueven la voluntad del hombre como cualidades fluidas y transeúntes causadas por el Dios en las potencias humanas, para que obren en orden a la vida eterna.

1.1. Principio de santificación.

La vida cristiana es llamada a la plenitud de la santidad a base de esfuerzo ascético, superación personal y a la vez obra del Espíritu Santo como mutua colaboración e intercambio divino-humano.

San pablo desarrolla el tema de la santificación por el Espíritu de Dios, infundido en los corazones para alcanzar la libertad humana verdadera como nueva y única Ley en Cristo[6] por el mismo Espíritu que:

  1. Purifica del pecado ( 3,5-7; Mt. 3,11; Jn. 3,5-9),
  2. Nos convierte en hijos de Dios (Rom. 8, 9ss),
  3. Enciende la lucidez de la fe (1 Cort. 2,10-16),
  4. Llena de esperanza ( 15,13), de caridad de Dios (Rom. 5,5), gozo y alegría (Rom. 14,17; Gált. 5,22, 1 Tes. 1,6), fuerza apostólica para testimoniar a Cristo y fecundidad espiritual (Hech. 1,8)
  5. Concede ser libres de los falsos criterios del mundo de espaldas a Dios (2 Cort. 3,17) y
  6. Hace posible en nosotros la vida litúrgica de oración ( 8,15. 26-27; Ef. 5,18-19).

1.1.1. Inhabitación del Espíritu.

La cumbre de la comunión con el Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en cada uno de los cristianos como «Templos del Espíritu Santo»[7], es la llamada Inhabitación del Espíritu o Inhabitación Trinitaria en su simultaneo aspecto comunitario e individual[8].

Los Maestros espirituales que destacamos porque hablan de este ser poseídos por el Espíritu Santo y el proceso que conlleva, el como se realiza:

1-San Ignacio de Antioquía, Padre Apostolico de la Iglesia, año 107, se llama a sí mismo Teóforos, portador de Dios; nombres semejantes da a los fieles cristianos, teóforoi, cristóforoi, agióforoi (Carta a los Efesios 9,2; saludos de sus cartas).

2-San Agustín, el Doctor de la Gracia, es el maestro de la inhabitación. Buscó a Dios en las criaturas, y ellas le dieron algunas referencias muy valiosas (Confesiones IX, 10,25; X, 6,9); pero por fin lo encontró en sí mismo: «Él está donde se gusta la verdad, en lo más íntimo del corazón» (Confesiones IV, 12,18).

3-Santa Teresa de Jesús, primera Doctora de la Iglesia,  alcanza las más altas experiencias de la inhabitación como culmen de su vida espiritual al llegar al matrimonio espiritual, es decir, en la mística unión transformante, en su caso LA TRANSVERBERACION.

4-San Juan de la Cruz, presbítero Doctor de la Iglesia, enseña la participación de la pasión de Cristo como la noche oscura del alma, profundamente purificativa, que conduce a una vivencia inefable de la inhabitación de Dios en el alma, es decir, a «lo más a que en esta vida se puede llegar» (Llama Viva de Amor 1,14).

La inhabitación del Espíritu “es una presencia real física, de las tres Personas divinas en los justos, y únicamente en las personas que están en gracia, en amistad con Dios. Las tres Personas divinas habitan en el hombre como en un templo, no sólo el Espíritu Santo. En efecto, son las mismas Personas de la Trinidad -la gracia increada- las que se hacen presentes, y no sólo meros dones santificantes… Ahora bien, para que la Presencia divina se dé, es necesaria la producción divina de la gracia creada en el hombre. Por tanto, la gracia increada, esto es, la inhabitación, y la gracia creada son inseparables[9]”.

Por el misterio inefable de la inhabitación, “la misma Trinidad divina tal cual es, amor del Padre, generación del Hijo, espiración del Espíritu Santo se da en el alma  gracias a Jesucristo en la Eucaristía, causa en los fieles la inhabitación de la Trinidad” [10].

La inhabitación solo se puede vislumbrar en clave de conocimiento y amor mutuos: “Recibe la comunicación del Espíritu Santo, para que ella espire en Dios la misma espiración de amor que el Padre espira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo… Porque eso es estar [el alma] transformada en las tres Personas en potencia [Padre] y sabiduría [Hijo] y amor [Espíritu Santo], y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la creó a su imagen y semejanza”. (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 39,3-4)… «El especial modo de la presencia divina propio del alma racional consiste precisamente en que Dios esté en ella como lo conocido está en aquel que lo conoce y como lo amado en el amante. Y porque, conociendo y amando, el alma racional aplica su operación al mismo Dios, por eso, según este modo especial, se dice que Dios no sólo es en la criatura racional, sino que habita en ella como en su templo» (Santo Tomás de Aquino, Sth. I, 43,3).

La Eucaristía es para la inhabitación, a fin de asegurar la presencia real de Cristo en los justos, si bien es cierto que la Eucaristía cesará, como todas las sacralidades de la liturgia, cuando «pase la apariencia de este mundo» y llegue a «ser Dios todo en todas las cosas» (1 Cort. 7,31; 15,28), pero la presencia de la inhabitación, no cesará nunca, por el contrario consumará su perfección en la vida eterna (Rom. 8,35-39).

7 Consecuencias se extraen de la experiencia de la inhabitación Trinitaria:

  1. Dios quiere que seamos habitualmente conscientes de su presencia: el don mayor recibido en la vida de la gracia es la donación personal que la Trinidad divina ha hecho de sí misma a la persona humana, consagrándola como un templo vivo suyo.
  2. La conciencia de nuestra dignidad de cristianos ha de fundamentarse en la inhabitación: El Espíritu Santo actúa quizás en el pecador, pero «todavía no inhabita» en él, pues éste no vive en su amistad.
  3. La conciencia del misterio de la inhabitación acrecienta la interioridad personal: librando de un exteriorismo consumista, trivial y alienante.
  4. El amor a la Iglesia crece cuando comprendemos que la gracia suprema de la inhabitación se nos da por ella y en ella: En efecto es estrictamente personal y al mismo tiempo comunitario y eclesial.
  5. El horror al pecado surge en la medida en que se cree en la inhabitación: por la oración continua para adquirir una permanente conciencia de la inhabitación trinitaria. Sólo el pecado puede destruir la Presencia trinitaria de la inhabitación.
  6. Comprendemos la necesidad de la abnegación del hombre viejo y carnal, a pensar, querer, sentir, hablar y obrar desde la Trinidad divina que habita en nosotros: no desde la precariedad miserable de nuestro yo carnal.
  7. La humildad nace de esa conciencia de la inhabitación: Ella nos hace entender que son las Personas divinas las que tienen la iniciativa y la fuerza para todo lo bueno que hagamos.

En la Inhabitación el hombre conserva su propia ontología, facultades y potencias humanas, mas aún es en la Eucaristía y los sacramentos finaliza la inhabitación que hace al cristiano idóneo para la comunión, no anulándolo, pues jamás la acción del Espíritu Santo anula al hombre. La prueba mas fehaciente de esta afirmación es la encarnación del Jesucristo.

1.1.2. Mística Cristiana.

La vida en el Espíritu alcanza su perfección con la mística, por el ejercicio ascético de las virtudes y los dones o inspiraciones del Espíritu Santo (Emprises), caminando, movidos por el mismo Espíritu y por el cultivo de las Bienaventuranzas, Carismas y  Frutos del mismo Espíritu[11].

1.1.2.1. Virtudes.

Hay muchas virtudes morales, pero tanto la tradición judía y cristiana, como la filosofía natural han señalado cuatro virtudes cardinales (de cardonis, gozne de la puerta), en correspondencia con las cuatro potencias que hay en el hombre -razón y voluntad, apetito irascible y concupiscible-, que al revestirse del hábito bueno de estas cuatro virtudes, queda libre de los vicios que enferman el alma, mientras que las virtudes infusas son los actos propios de la vida sobrenatural movidos por el Espíritu Santo al modo humano. Estas virtudes sobrenaturales, se distinguen por su esencia de las virtudes naturales en 3 aspectos[12]:

1.-Las virtudes naturales pueden ser adquiridas por ejercicios meramente naturales, mientras que las virtudes sobrenaturales han de ser infundidas por Dios.

2.-La regla de las virtudes naturales es la razón natural, la conformidad con el fin natural; mientras que las virtudes sobrenaturales se rigen por la fe, y su norma es la conformidad con el fin sobrenatural.

3.-La virtud natural, por otra parte, no da la potencia para obrar, pues ya la facultad humana la posee por sí misma; lo que da es la facilidad para obrar el objeto propio de tal virtud. Por el contrario, las virtudes sobrenaturales dan la potencia para obrar, y con ella da normalmente la facilidad; pero no necesariamente.

Las virtudes infusas se dividen en[13]:

1- Virtudes teologales -fe, esperanza y caridad- son potencias operativas por las que el hombre se ordena inmediatamente a Dios, como a su fin último sobrenatural. Dios es en ellas objeto, causa, motivo, fin, infundidas en las potencias del hombre por obra del Espíritu Santo.

2 – Las virtudes morales -la templanza, la prudencia, la justicia y la fortaleza- son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del hombre, para que todos los actos cuyo objeto no es Dios mismo, se vean iluminados por la fe y movidos por la caridad, de modo que se ordenen siempre a Dios. Estas virtudes morales, no tienen por objeto inmediato al mismo Dios (fin), sino al bien honesto (medio), que conduce a Dios y de él procede, pero que es distinto de Dios.

1.1.2.2 Emprises.

Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma (hasta aquí, como las virtudes), para que la persona pueda recibir así con prontitud y facilidad las iluminaciones Divinas (Emprises), no como gracias actuales transitorias, sino como verdaderos hábitos operativos. Ahora bien, mientras que las virtudes son hábitos que se rigen en su ejercicio por la razón y la fe, los dones se ejercitan bajo la acción inmediata del Espíritu Santo que dan al hombre facilidad y prontitud para obrar «por inspiración divina».

La tradición reconoce 7 dones del Espíritu[14], basados en el texto de Isaías 11,2 y la versión de la Vulgata que agrega el espíritu de piedad.

La doctrina de los dones del Espíritu Santo en la historia cobra impulso gracias a la neoescolástica del portugués Juan de Santo Tomás (1589-1644), León XIII (1810-1903), con su encíclica sobre el Espíritu Santo Divinum illud munus, y el español Juan González Arintero (1860-1928) quienes orientan esta pneumatología desde el binomio de la encarnación cristiana de mutua colaboración entre lo humano y lo divino:

DONES

MENTE

  • SABIDURÍA; es una participación altísima en la Sabiduría divina, un hábito sobrenatural, infundido con la gracia, mediante el cual, por obra del Espíritu Santo, en modo divino y como por connaturalidad, se conoce a Dios y se goza de él, al mismo tiempo que en Él son conocidas todas las criaturas. Es el más alto y benéfico de todos los dones del Espíritu Santo. Sirve para juzgar de las cosas divinas. (Prov. 3 21, Mt. 11, 25-26), INTELIGENCIA: es un hábito sobrenatural infundido por Dios con la gracia santificante, mediante el cual el entendimiento del creyente, por obra del Espíritu Santo, penetra las verdades reveladas con una lucidez sobrehumana, de modo divino, más allá del modo humano y discursivo. Sirve para que la razón del hombre sea elevada y perfeccionada. (1 Cort. 2, 9-12),
  • CONSEJO: es un hábito sobrenatural por el que la persona, por obra del Espíritu Santo, intuye en las diversas circunstancias de la vida, con prontitud y seguridad sobrehumanas, lo que es voluntad de Dios, es decir, lo que conviene hacer en orden al fin sobrenatural. Sirve para la conducta práctica. (Sal. 17)
  • CIENCIA: es un hábito sobrenatural, infundido por Dios con la gracia santificante en el entendimiento del hombre, para que por obra del Espíritu Santo, juzgue rectamente, con lucidez sobrehumana, acerca de todas las cosas creadas, refiriéndolas siempre a su fin sobrenatural. Por tanto, en la consideración del mundo visible, el don de ciencia perfecciona la virtud de la fe, dando a ésta una luminosidad de conocimiento al modo divino. Sirve para penetrar la verdad sobre las cosas creadas. (Ef. 3, 14-19, 1 Cort. 13, 9-12),

VOLUNTAD

  • FORTALEZA: es un hábito sobrenatural que fortalece al cristiano para que, por obra del Espíritu Santo, pueda ejercitar sus virtudes heroicamente y logre así superar con invencible confianza todas las adversidades de este tiempo de prueba y de lucha, que es su vida en la tierra contra el temor a peligros; y por el don de temor, sirve contra el desorden de la concupiscencia. (Sal. 1, 1-4, 15, 7-11),
  • PIEDAD: es un hábito sobrenatural que, por obra del Espíritu Santo, de un modo divino, enciende en nuestra voluntad el amor al Padre y el afecto a los hombres, especialmente a los cristianos, y a todas las criaturas. Sirve en orden a Dios. (Gál. 4, 6-7, Rom. 8, 14-16)
  • TEMOR DE DIOS: es un hábito sobrenatural por el que el cristiano, por obra del Espíritu Santo, teme sobre todas las cosas ofender a Dios, separarse de Él, aunque sólo sea un poco, y desea someterse absolutamente a la voluntad divina. Dios es a un tiempo Amor absoluto y Señor total; debe, pues, ser al mismo tiempo amado y reverenciado. Sirve para la voluntad y las inclinaciones sensibles de los apetitos son perfeccionadas hacia Dios. 12, 4-7).

Las Mociones del Espíritu[15], son los movimientos en el alma del cristiano por empleo de las virtudes y los dones, asumidos como frutos permanentes[16] contra las obras de la carne según Gálatas 5, 16-23.

  • AMOR: Primer fruto del Espíritu. Amar es dar la vida. Es el Espíritu mismo presente y activo en nuestro corazón. 5, 5, 1 Cor. 13, 7-8.
  • ALEGRÍA: Certeza y la experiencia del amor de Dios nos hace vivir con alegría, es dejar «salir» el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. 8, 35. 38-39
  • GOZO: Resultado del cumplimiento de lo que se debe de hacer, en consonancia con la voluntad de Dios y su acción salvífica. 15, 12-13.
  • PAZ: Perfección de la alegría. El fundamento de la paz es la paz con Dios. La relación humilde y confiada del hijo con el Padre, con la conciencia de nuestras limitaciones y nuestros fallos y con la fe en su misericordia que mantiene su amor y su fidelidad por encima de todo. Quien experimenta la paz con Dios puede buscar la paz con los hermanos. Mt 5, 9, 18, 21-22, Col. 3 15.
  • PACIENCIA: El saber esperar, como el labrador. Dar tiempo. Confiar. 5, 7-11.
  • AMABILIDAD: combinar la firmeza con el tacto, a mantener nuestras convicciones y practicar la humildad. Mt 11, 29, 2 Tim 2, 23-25.
  • LEALTAD: los principios, los valores fundamentales, los criterios de fe y de moral han de permanecer firmes, y ahí se nos exige fidelidad absoluta, sin vacilaciones ni sombras. No se puede servir a dos señores. Eclo 6, 14-15, Lc 16, 10, Apoc 2, 10.
  • DOMINIO DE SÍ: ser dueño de uno mismo en cualquier circunstancia. No se trata de quitar su realidad al sufrimiento y al gozo, sino de rebajar los bandazos que dan a nuestra frágil barca. 13, 13-14, Gált. 6, 7-8, 1 Tim 6.
  • BONDAD: fuerza para hacer el bien, para hacer cada día las acciones de Dios, para pasar por el mundo haciendo el bien Ef 4, 31-32, Hech 10, 38.
  • En las siguientes entregas trataremos de la acción multiforme congregadora y misionera carismática del Espíritu Santo.

[1] Síntesis extraída y modificada: Garcia, Manuel, La Multiforme Acción del Espíritu Santo; Avances y limites de la pneumatologia del Concilio Vaticano II, III parte: La acción del Espíritu Santo en la Comunidad Sacramental Misionera, Santo Domingo, S&J, 2008, 7-18.

[2] Cf. Christian Schutz, Introducción a la Pneumatología, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1991.157-183.

[3] Cf. J.D.G. Dunn, Jesús y el Espíritu, , Salamanca, Secretariado Trinitario, 19981. 33-40.

[4] Cf. Benigno Juanes, La Acción del Espíritu Santo en el Corazón del Creyente, Santo domingo, Amigo del Hogar, 1997. 107.

[5] 1-La gracia increada es Dios mismo, uno y trino, en cuanto que se nos autocomunica por amor y habita en nosotros como en un templo.

2-La gracia creada, en cambio, es un don creado, físico, permanente, que Dios nos concede, y que sobrenaturaliza nuestra naturaleza humana. La gracia increada, Dios en nosotros, es siempre la fuente única de la gracia creada; y sin ésta, la inhabitación de las Personas divinas en nosotros es imposible. Por eso son inseparables.

[6] Cf. Salvador Carrillo Alday, El Espíritu Santo 3, Bogotá, Minuto de Dios, 1983. 1-25.

[7] Cf. 1 Cort.  3,10-17, 6,15.19; 12,27; Ef 2,20-21.

[8] Cf. Luis M. Bermejo, El Espíritu De Vida, Bilbao, MENSAJERO, 1980. 191-232.

[9] Cf. Alfredo Amat, El Espíritu Santo como Persona-amor. Valencia, EDICEP. 1998. 79-80.

[10] Cf. Benigno Juanes, La Acción del Espíritu Santo en el Corazón del Creyente, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 9-12.

[11] El cristiano incipiente, aunque esté en gracia, apenas es consciente habitual y claramente de la inhabitación de la Trinidad en sí mismo, pues solo «los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8).

[12] Cf. Thomas Phillippe, Fidelidad Al Espíritu Santo., Valencia, EDICEP, 1991. 105.

[13] Cf. Benigno Juanes, La Acción del Espíritu Santo en el Corazón del Creyente, amigo del Hogar, Santo domingo, 1997. 88-91.

[14] Thomas, Phillippe, Fidelidad al Espíritu Santo. Valencia, EDICEP, 1991. 151-152.

[15] Cf. Ibid,  87.

[16] Otros Textos clásicos utilizan el número de 12 frutos basados en Galt. 5, Col. 3, efesios 4 y 5, entre otros. Cf. Benigno Juanes, La Acción del Espíritu Santo en el Corazón del Creyente, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 193-206.