Por Luis Santamaría

Ante la difusión de “nuevas revelaciones” dentro y fuera del cristianismo, ¿cuál debe ser la postura de los creyentes? Se trata de una cuestión compleja y delicada, a la que ha contestado el sacerdote italiano Battista Cadei en una “carta fraterna” fechada en este mes de agosto de 2017. El padre Cadei es consejero espiritual nacional del GRIS (Grupo de Investigación e Información Socio-Religiosa), un organismo de la Iglesia Católica en Italia para hacer frente al fenómeno de las sectas y la nueva religiosidad.

Battista Cadei comienza manifestando su extrañeza ante el hecho de que en una época de racionalismo, indiferencia religiosa y ateísmo “se multiplican presuntas ‘nuevas revelaciones’ que a veces suscitan verdaderos movimientos de masas”. Para comprender el mapa de este fenómeno, detalla los tipos de revelaciones que pueden darse en nuestros días, y cuál es la postura cristiana ante cada una:

  1. Revelaciones esotéricas, que pretenden ofrecer un conocimiento reservado sólo a los iniciados, ya que las grandes revelaciones, como la contenida en la Biblia, serían para las masas. Sin embargo, la revelación del Dios cristiano “no es una revelación especial para unos pocos elegidos”, y el mismo Jesús dice que Dios ha revelado estas cosas a los sencillos (Mt 11, 25).
  2. Revelaciones mágicas, de las personas que dicen adivinar el futuro mediante la astrología, la quiromancia o la videncia. Ante esto, Cadei recuerda que “la magia está claramente condenada por la Biblia”.
  3. Revelaciones espiritistas, que obtienen los médiums recurriendo a la evocación de los espíritus de los muertos. “A veces practican el espiritismo también los católicos de buena fe, especialmente padres que han perdido a un hijo, y se consuelan buscando ‘contactarlo’. Quien se comporta así, está fuera de la enseñanza cristiana”, explica el sacerdote.
  4. Revelaciones añadidas: así consideran algunos a los textos sagrados de otras religiones, pensando que son revelados por Dios y estarían al mismo nivel que los Evangelios. Otros creen que Dios añade nuevos contenidos a la Biblia, como sucede con los mormones. La respuesta es clara: “quien acepta esto, renuncia a puntos esenciales del cristianismo”.
  5. Revelaciones privadas, cuya posibilidad es admitida por la fe católica siempre que no aporten nada nuevo doctrinalmente, sino que exhorten a la conversión y a la práctica de la vida cristiana. Por eso se llaman “privadas”, frente a la “revelación pública” que es la contenida en la Biblia. Pero, como insiste el padre Cadei, “estas revelaciones deben someterse al discernimiento de la Iglesia, y nunca pueden contradecir el Evangelio”.
  6. Revelaciones pseudocatólicas, que se deben al error en el que caen algunos cristianos que “no distinguen entre una enseñanza del Evangelio y una revelación privada; al contrario, consideran a esta última más importante que el Evangelio. Quien absolutiza estos mensajes, sustrayéndolos a la autoridad de la Iglesia, o acepta ‘revelaciones’ contrarias a la doctrina cristiana, abandona de hecho la recta fe”. No sólo eso: incluso algunos grupos mezclan las apariciones con la creencia en contactos extraterrestres, según recuerda Battista Cadei.

¿Qué dice la Iglesia?

Hay un principio teológico clásico que afirma que la revelación se cerró con la muerte del último apóstol. Y desde entonces, como recuerda el Concilio Vaticano II, “no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (Dei Verbum 4).

Sin embargo, la Iglesia reconoce la posibilidad de las llamadas “revelaciones privadas”, de las que habla con cautela el padre Cadei en el nº 5 de su enumeración. El Catecismo de la Iglesia Católica establece lo siguiente, sintetizando la postura que deben tener los creyentes ante este fenómeno tan en auge:

“A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas ‘privadas’, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Éstas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de ‘mejorar’ o ‘completar’ la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia” (CEC 67).

Esto tiene detrás una verdad fundamental: Jesucristo es la plenitud de la revelación. En Él, Dios nos lo ha dicho todo. O como escribía San Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra” (Subida del monte Carmelo). Por eso llamamos a Jesús el Verbo encarnado (del latín Verbum, y en griego Logos).

Luces y sombras

El Catecismo deja claro el valor que pueden tener estas revelaciones privadas en la medida en que puedan ayudar a vivir mejor la fe, a asumir mejor personalmente la revelación pública en un contexto determinado… pero nada de mejorar o completar lo que Dios ha dicho en Cristo, que es insuperable.

La historia de la Iglesia muestra multitud de ejemplos de apariciones, visiones o locuciones que han experimentado los santos, fenómenos extraordinarios que han sido fundamentales en su conversión o en la decisión de iniciar una nueva forma de vida en la Iglesia (así ha sucedido en muchos casos de fundaciones de familias religiosas y de nacimientos de nuevos carismas).

Sin embargo, muchas personas basan su fe y su vida cristiana en apariciones o mensajes sobrenaturales, estén o no reconocidos por el Magisterio de la Iglesia, dándoles una importancia desproporcionada, en el mismo nivel o incluso por encima de los medios ordinarios que Dios ha dado a su Iglesia para una vida de gracia: la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración, la vida ascética, el apostolado…

Conviene recordar que las revelaciones privadas no son materia de fe, no es necesario creer en ellas para salvarse y que, por supuesto, no pueden contradecir ninguna afirmación de la fe cristiana. Por ello es necesario respetar el discernimiento hecho por los pastores de la Iglesia y, en el caso de que no se haya hecho, esperar a su palabra autorizada como maestros y garantes de la fe.

Fuente: Aleteia