Leonardo Acosta casechó oro, plata y bronce en las Olimpiadas Especiales de Invierno de Austria a pesar de que reside en una tierra árida, fronteriza y generalmente calurosa: La Guajira - BBC

Sacude el puño cerrado en el aire durante su desfile por el pasillo de desembarque. Sonríe. Las pancartas le apodan «campeón». Las tres medallas que cuelgan de su cuello validan tal título.

Delgado, moreno, ataviado de pantalón y chaqueta del tricolor de Venezuela, apura el paso. Cojea de su pie izquierdo.

Leonardo Acosta, joven venezolano de raza guajira, cruza raudamente las puertas de vidrio del aeropuerto La Chinita del estado Zulia para abrazarse con los familiares y amigos que corean su nombre.

Olvida por un minuto que debe retirar sus maletas. Tiene la prisa marcada en el ADN: con apenas seis meses y 22 días de gestación, nació el 26 de octubre de 1991. En el parto, incluso, se adelantó a Alonso Antonio, su hermano morocho.

Y nadie fue más veloz que él en los 100 metros de caminata sobre nieve (snowshoeing) en los Juegos de Invierno de las Olimpiadas Especiales, celebrados en Austria el tercer lunes de marzo.

A Leo le diagnosticaron deficiencia intelectual, estrabismo y dificultad motora por culpa de un accidente cerebro vascular que sufrió a las pocas horas de nacido.

Jamás había experimentado temperaturas bajo cero ni la nieve. Igual corrió ligero en la final hasta detener el reloj en 23.49 segundos, venciendo por 51 centésimas los tiempos de Pervez Ahmed, de Pakistán, y Sho Arikawa, de Japón.

La delegación venezolana se hizo con 16 preseas, siete de ellas de oro.

Pero las de oro, plata (relevo 4×100) y bronce (200 metros) de Leonardo se antojan extraordinarias, pues reside en una tierra árida, fronteriza y generalmente calurosa: Mara.

«Las medallas son pesadas», bromea. Las dedica a Venezuela, a Dios, a su Guajira, a sus padres. A ellos, Danilo e Isleida, se las impone.

Dice haberse adaptado sin problemas al clima gélido. En algún momento se le vio competir sin gorro. «Estuve concentrado, como si no pasara nada».

Su madre le llama al orden para que ayude con el equipaje a su entrenadora Cruzmila Valbuena, una sexagenaria afable, de pelo corto y cenizo.

Vuelve donde su compañera. Siempre a paso vertiginoso.

«Iba porque iba»

Leonardo desarrolló desde temprana edad una pasión febril por los deportes, a pesar de que no aprendió a caminar sino a los tres años.

«Siempre fue un muchacho activo», afirman sus hermanos Danilo, José Antonio y Miguel, recordando entre risas las «caimaneras» de fútbol (juegos de calle) que orquestaban en el patio arenoso de su casa.

Ejercía de arquero, generalmente descalzo, como si lo dominara el espíritu de René Higuita, el portero colombiano que en los 90 acostumbraba a abandonar la zona del arco para salir jugando con el balón.

Familiares elogian su memoria para recordar nombres y fechas de cumpleaños. Siempre marca números telefónicos sin necesidad de consultar la libreta de contactos.

Su condición, no obstante, le impidió avanzar más allá del sexto grado de básica en una escuela tradicional. El pastor de la iglesia cristiana Oasis Mara le tramitó un cupo en el Taller de Educación Laboral Mara, donde decenas de niños con discapacidades desarrollan habilidades y entrenan deporte en el programa Olimpiadas Especiales.

Leonardo destacó en computación y en caminata. Ganó invitaciones a competencias nacionales en Valencia y los médanos del estado Falcón. En todas, se erigió en campeón.

En las instituciones deportivas de niños especiales de Venezuela se realizan sorteos entre los ganadores de medallas de oro de los juegos locales para determinar qué atletas asistirán a competencias internacionales; se hace además una segunda escogencia al azar para contar con un sustituto si el elegido se lesiona o si tiene imposibilidad económica de viajar.

El nombre de Leonardo Acosta afloró dos veces en el sorteo de agosto. Titular y suplente, por casualidad -o quizá por algún descuido-.

Su madre, Isleida, recuerda risueña la curiosa anécdota.

«Él ‘iba porque iba’ a Austria».

«Ñapa» en el arenal

Leonardo, de fe cristiana, se alistó para los Juegos de Invierno corriendo en las playas occidentales de Santa Fe y Mara. Simuló sus caminatas en los arenales del sector Las Cabimas.

Sus entrenadores confeccionaron raquetas de entrenamiento artesanales con madera, tela y velcro; ataron dos medias repletas de arena a cada una para imitar el peso de la nieve. Levantaba, en total, dos kilos en cada zancada.

La idea era que se sintiera liviano al competir con armazones de aluminio en la prueba oficial, según su instructora personal en Mara, la sensei Zorangi Spagnolo.

Se levantaba cada día a quince minutos para las 5:00 de la madrugada para caminar, primero, y correr, luego, los 130 metros que existen entre las dos paredes frontales de su casa en Mara.

Sus hermanos medían el tiempo. «Siempre daba una ‘ñapa’, una vuelta más», detalla Danilo.

En las tardes repetía la rutina, enfrentando los vientos huracanados de esas horas para asemejar las temperaturas bajas que encararía en Europa.

Lo hizo así durante siete meses con puntualidad prusiana.

Protocolo al pie de la letra

Está de regreso a los 33 grados centígrados de Mara. En su iglesia, muestran videos de él mientras oran a Dios, agradecidos.

En casa, un centenar de personas se reúne bajo un bohío de techo de palmas a la espera de platos de chivo en coco, arroz, ensalada, yuca y chicha wayuu. También hay ron.

Leonardo ya suda. Se retira la chaqueta.

Su convicción de victoria era tal que, previo al viaje, precisó a su familia el posible protocolo de recepción: quería pancartas en el aeropuerto, protagonizar una caravana de carros hasta su hogar y escuchar la canción Venezuela al llegar.

Le complacen este domingo. De una gigantesca corneta ubicada en medio del jolgorio, truena la melodía interpretada por Luis Silva, «El barinés de Oro».

«Llevo tu luz y tu aroma en mi piel;
y el cuatro en el corazón.
Llevo en mi sangre la espuma del mar
y tu horizonte en mis ojos».

Las tías le sacuden a besos. Los niños tocan sus medallas con curiosidad y admiración. Se despide. Está agotado.

Se refugia en su cuarto, sentado en la cama frente al aire acondicionado. Descansará tres meses antes de volver a entrenar. Tiene un nuevo reto: las competencias de Dubái de 2019. «Ese es mi sueño».

La tonada llanera vuelve a sonar. Mientras, circulan platos y bebidas.

«Con tus paisajes y sueños me iré
por esos mundos de Dios…
entre tus playas quedó mi niñez
tendida al viento y al sol».

Información: BBC Mundo