Por Miguel Collado

Cuando a las 12 de la noche del 31 de diciembre suenen las campanas casi todo el mundo será atravesado por el ruido y la algarabía desenfrenada de las celebraciones debido a  la llegada del Año Nuevo al planeta que habitamos.

Varios pueblos, mayormente en el hemisferio oriental, pasarán por alto esa fecha, ya que en sus culturas, en materia de festividades, no es tomado en cuenta el «calendario gregoriano» o «calendario occidental» —basado en los ciclos del sol—, sino otros calendarios —como el «calendario lunar», basado en los ciclos de la luna, por ejemplo—, por lo que Arabia Saudita, China, Irán, India y Egipto, entre otros países, celebran el año nuevo en otras fechas.

Si vivimos en el mismo planeta y todos tenemos un origen común, ¿no resulta curioso eso? ¡Tantos aniversarios! ¿Acaso no es algo parecido a una Babel?

Hay una sola Humanidad: la constituida por todos los seres que habitamos el planeta Tierra. Reconocemos que es una perogrullada decir eso, pero muchos no lo saben. Lo ignoran y con sus acciones malignas la socaban, la zahieren miserablemente.

Esa Humanidad, cuyo número sobrepasa los 7 mil millones de personas, debería hablar el mismo idioma y sentir el mismo amor por la vida, pero cada vez se nos parece más a una antigua Babel, pues los seres humanos nos entendemos cada vez menos y cada vez más nos odiamos entre sí, nos autodestruimos.

Y el anuncio de la llegada de un nuevo año nos mueve a pensar siempre en lo mismo: en lo dividida que espiritual y culturalmente continúa estando la Humanidad. No neegamos el derecho de un pueblo ni de una persona en el plano individual a tener identidad propia, pero si compartimos un mismo hogar planetario por qué han de existir tantas profundas diferencias reflejadas, por ejemplo, en el modo de compartir y disfrutar las riquezas provistas por un planeta que es de todos.

Tener ideas y sueños propios es un derecho que también reconocemos, igual que el derecho a tener la libertad de elegir cada cual su destino, pero sin que al hacerlo perturbe o invada el derecho del otro. Ser capaces de convivir respetando las diferencias entre los miembros de un núcleo humano es lo que nos convierte en seres civilizados y racionales.

Pero la Humanidad todavía no se entiende en las cuestiones esenciales de la vida: vivir en paz abrazados en el amor compartido. ¿Por qué no celebrar, sino no todos juntos (porque físicamente sería imposible), por lo menos en una misma fecha el aniversario de esa humanidad a la que los científicos le han calculada una edad que todavía permanece bajo la bruma de la incertidumbre científica: cada fuente consultada establece un tiempo distinto transcurrido desde la aparición de la especie humana sobre la superficie de la Tierra: desde un millón hasta 2.5 millones de años.

Desconocemos con exactitud nuestro origen y, peor aún, desconocemos totalmente nuestro destino como especie. Solo suponemos lo que podría ocurrir y somos tan incapaces de comprender lo frágiles que somos ante la furia o el desenfreno de la naturaleza que nos da vida y que, absurdamente, destruimos.

No somos capaces de ponernos de acuerdo en la celebración del aniversario de la Humanidad, que es como vemos la llegada de un año nuevo: como el cumpleaños de la Humanidad toda.

Esperanzamos estamos de que el 2018 mueva a la reflexión sobre la importancia de celebrar, en armonía, puestos de acuerdo todos los habitantes de la Tierra, el aniversario del nacimiento de la especie humana en este nuestro hogar planetario.