Por el P. Manuel Antonio García Salcedo.

El sentido de madre en la mentalidad antigua[1], refiere en la revelación al pueblo de Dios, Israel (Os 2, 4-7), símbolo de amor y de ternura, a la sabiduría (Prov 8, 22), fuerza para afrontar los dolores del parto, sacrificio que se convierte en fuente de vida, de alimento, de historia (Gén 24, 60), y por su fecundidad la mujer es protegida por Dios, y su colaboradora (Gén 4,1). La maternidad le hace portadora de gozo.

Los Padres de la Iglesia hicieron referencias directas a la Madre del Señor en los pasajes de maternidad en el Antiguo Testamento con contados textos bíblicos[2] agrupados por el sentido ciertamente mariológico, a modo de Protoevangelio (La mujer cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente: Génesis 3,15) y profecía[3] (La Virgen Madre del Emmanuel, Dios que esta siempre con nosotros: Isaías 7, 14)[4].

Otros textos veterotestamentarios reciben sentido mariológico discutido [5] y otros por sentido de sola acomodación[6], pero lo cierto es que todos estos textos sirven para mostrar el misterioso lazo salvífico entre María, Cristo y la humanidad. 

En el Nuevo Testamento, los Evangelios de la infancia, de género literario particular, narran la teología de síntesis de la Anunciación[7] (Lc 1,26-38), de la visitación de la «madre de mi Señor», saludo de Santa Isabel (Lc 1,43), del «Magnificat» (Lc 1,46-55), del mensaje del ángel a San José (Mt 1,18-25), y de la profecía de Simeón: «Y a tu misma alma la traspasará una espada» (Lc 2,35).

La mariología de San Juan es la ampliación fundamental del dato bíblico, que explícitamente fundamenta la doctrina de la «madre de Jesús»[8] en su maternidad espiritual, extendida a toda la Iglesia, y a todos los hombres, radicada por siempre en su maternidad física, que la coloca en relación única y exclusiva con Cristo Arje – Principio – Cabeza.

La maternidad de María y de la Iglesia, por el testimonio del Bautismo de Cristo a manos del Bautista, es proclamada solemnemente en el himno prólogo del Evangelio (Jn 1,13), y presentada en los dos textos marianos Joanicos: el milagro de las bodas de Caná[9] (Jn 2,1-12) y la escena de María a los pies de la cruz[10] (Jn 19, 25-27), y su cumbre dada en Ap 12, la visión de la «mujer vestida de sol«[11], donde la figura de Cristo y su poder mesiánico es presentada en su gloria , con trasfondo muy discreto de María.

[1] La noción de madre en la filosofía comprende estas etapas:

  1. La tierra es la madre.
  2. La evolución del pensamiento de la diosa madre.
  3. Las capitales son ciudades madres (metrópolis).
  4. Filón de Alejandría y el estoicismo declaran que: «Padre y madre son los dioses visibles».

2 La palabra mujer-madre en el hebreo del AT, y en el griego de los Evangelios, se usa en sentido físico: generadora, unida a los verbos concebir, generar, estar encinta, dar a luz, amamantar. Otras veces en sentido indirecto significa el comienzo de la generación.

3 Maternidad virginal insinuada por la profecía que los evangelistas ven cumplidas en Jesucristo (Mt 1, 23; Lc 1, 35-36).

4 También se puede aducir a la Madre que ha de dar a luz: Miqueas 5, 12.

5 Jr 31,22, S 45 (Vulgata 44), la Esposa del Cantar de los Cantares, en el Pobre de Yahvé, la venida del Señor a su Ciudad Santa (So 3,14-17; Za 9,9) e Hija de Sión.

6 Judit 15,9, Proverbios 8 y Eclesiástico 24.

7 La Anunciación y los relatos de la Infancia sinopticos (Mt y Lc 1-2) visión de conjunto sobre María, Jesús y la comunidad de “hermanos” del NT, destacándose:

  1. la relación de la Santísima Virgen Madre y el Niño Jesús,
  2. la Mujer Madre en el ministerio público de Jesús y
  3. La Madre en la Eucaristía de los discípulos.
  4. La Virgen Presente después de la Ascensión.

8 Marcada continuidad sinóptica, expresión en el Evangelio del discípulo amado cuatro veces (2,1.3.4.12).

9 Ella interviene e indica a Jesús la situación embarazosa de los jóvenes esposos, que desconocen la penosa situación: «No tienen vino» (v. 3). No gesto de mera información. La enigmática respuesta de Jesús: «¿Qué hay entre tú y yo, mujer?» permite que María deje abiertas todas las puertas y dispone a los servidores y esposos para cualquier intervención de su Hijo: «Haced lo que él os diga» (v. 5) mostrándose como la madre de los cristianos, cooperadora en la apertura del corazón de los hombres a la fe bautismal, nacimiento que engreda a los hijos de Dios (Jn I, 12ss), y al Cristo total por la Eucaristía.

10 La «Mujer»=guynai, en Caná (2,4), universaliza la figura de María, nueva Eva, «madre de todos los vivientes» (Gén 3,20) y obtiene la gran victoria sobre Satanás, ya prometida a la primera mujer después de su pecado (Gén 3,15). La madre es don hecho por Cristo a su Iglesia; presencia activa y permanente, en su función de maternidad universalizada al servicio de todos los creyentes, y recibida en la Casa, Iglesia, herencia preciosa del discípulo de todas las complacencias, amado, escogido, el predilecto, que acompaña al maestro hasta la muerte.  La Iglesia es presentada en dos figuras emblemáticas de forma singular y asociadas al mismo tiempo: María al pie de la cruz (Jn.19, 25-27) recapitula a las otras mujeres que también estaban frente al crucificado, manifestando su condición de madre, que junto al discípulo, le incumbe una función nueva, amor materno que se dilata en la medida en que oferta a su Hijo, a los pies de la cruz, símbolo de la realidad nueva de salvación de su eterna permanencia por la resurrección.

11 Para San Juan, María es una figura no particular, sino universal y universalizadora «mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza», a la cual el dragón intenta arrebatarle el «hijo» que ella está para «dar a luz» y que debe «apacentar a todas las naciones con vara de hierro»(Ap 12,1.4-5). El vidente autor no ha encontrado medio mejor que revestir a la Iglesia de las características de María en su función esencial dentro de la economía de la salvación: maternidad física respecto a Jesús y espiritual respecto a todos los discípulos. Aquí reconocemos la conciencia de la misión que tenía la Iglesia primitiva, guiada por los sucesores de los apóstoles en su camino de evangelización: hacer conocer, amar y seguir a Cristo Señor.

[1] La noción de madre en la filosofía comprende estas etapas:

  1. La tierra es la madre.
  2. La evolución del pensamiento de la diosa madre.
  3. Las capitales son ciudades madres (metrópolis).
  4. Filón de Alejandría y el estoicismo declaran que: «Padre y madre son los dioses visibles».

[2] La palabra mujer-madre en el hebreo del AT, y en el griego de los Evangelios, se usa en sentido físico: generadora, unida a los verbos concebir, generar, estar encinta, dar a luz, amamantar. Otras veces en sentido indirecto significa el comienzo de la generación.

[3] Maternidad virginal insinuada por la profecía que los evangelistas ven cumplidas en Jesucristo (Mt 1, 23; Lc 1, 35-36).

[4] También se puede aducir a la Madre que ha de dar a luz: Miqueas 5, 12.

[5] Jr 31,22, S 45 (Vulgata 44), la Esposa del Cantar de los Cantares, en el Pobre de Yahvé, la venida del Señor a su Ciudad Santa (So 3,14-17; Za 9,9) e Hija de Sión.

[6] Judit 15,9, Proverbios 8 y Eclesiástico 24.

[7] La Anunciación y los relatos de la Infancia sinopticos (Mt y Lc 1-2) visión de conjunto sobre María, Jesús y la comunidad de “hermanos” del NT, destacándose:

  1. la relación de la Santísima Virgen Madre y el Niño Jesús,
  2. la Mujer Madre en el ministerio público de Jesús y
  3. La Madre en la Eucaristía de los discípulos.
  4. La Virgen Presente después de la Ascensión.

[8] Marcada continuidad sinóptica, expresión en el Evangelio del discípulo amado cuatro veces (2,1.3.4.12).

[9] Ella interviene e indica a Jesús la situación embarazosa de los jóvenes esposos, que desconocen la penosa situación: «No tienen vino» (v. 3). No gesto de mera información. La enigmática respuesta de Jesús: «¿Qué hay entre tú y yo, mujer?» permite que María deje abiertas todas las puertas y dispone a los servidores y esposos para cualquier intervención de su Hijo: «Haced lo que él os diga» (v. 5) mostrándose como la madre de los cristianos, cooperadora en la apertura del corazón de los hombres a la fe bautismal, nacimiento que engreda a los hijos de Dios (Jn I, 12ss), y al Cristo total por la Eucaristía.

[10] La «Mujer»=guynai, en Caná (2,4), universaliza la figura de María, nueva Eva, «madre de todos los vivientes» (Gén 3,20) y obtiene la gran victoria sobre Satanás, ya prometida a la primera mujer después de su pecado (Gén 3,15). La madre es don hecho por Cristo a su Iglesia; presencia activa y permanente, en su función de maternidad universalizada al servicio de todos los creyentes, y recibida en la Casa, Iglesia, herencia preciosa del discípulo de todas las complacencias, amado, escogido, el predilecto, que acompaña al maestro hasta la muerte.  La Iglesia es presentada en dos figuras emblemáticas de forma singular y asociadas al mismo tiempo: María al pie de la cruz (Jn.19, 25-27) recapitula a las otras mujeres que también estaban frente al crucificado, manifestando su condición de madre, que junto al discípulo, le incumbe una función nueva, amor materno que se dilata en la medida en que oferta a su Hijo, a los pies de la cruz, símbolo de la realidad nueva de salvación de su eterna permanencia por la resurrección.

[11] Para San Juan, María es una figura no particular, sino universal y universalizadora «mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza», a la cual el dragón intenta arrebatarle el «hijo» que ella está para «dar a luz» y que debe «apacentar a todas las naciones con vara de hierro»(Ap 12,1.4-5). El vidente autor no ha encontrado medio mejor que revestir a la Iglesia de las características de María en su función esencial dentro de la economía de la salvación: maternidad física respecto a Jesús y espiritual respecto a todos los discípulos. Aquí reconocemos la conciencia de la misión que tenia la Iglesia primitiva, guiada por los sucesores de los apóstoles en su camino de evangelización: hacer conocer, amar y seguir a Cristo Señor.